Releyendo La Odisea en 2024. Canto I: comenzar a madurar de una vez por todas (de ciertos ateísmos baratos y horóscopos y suertes y ¡de echar siempre balones fuera!)

De vuelta a La Odisea.
En el primer Canto, Homero invoca a la Musa para que le ayude a narrar ¡en verso! todo lo que pasó a Odiseo después de destruir Troya. En una asamblea de los dioses griegos, Atenea defiende que el héroe pueda volver ya a su hogar, después de tantos años en la isla de la ninfa Calipso. La misma Atenea, tomando la figura de Mentes, rey de los Tafios, aconseja a Telémaco que viaje en busca de noticias de su padre.

¿Qué nos ofrece este primer canto?
Querríamos centrarnos en dos aspectos, de distinta profundidad.

Vayamos al primero. 
En esa asamblea de los dioses, en que están decidiendo si Odiseo puede o no volver a su casa, dice el propio Zeus:
« ¿Pues qué? ¿será, celestes potestades,
Que siempre los humanos infelices
Acusen á los Dioses? Según ellos
Nosotros sus desdichas promovemos
Cuando, mas que en las leyes del Destino,
Sus penas están solo en su demencia
Otras traducciones —en prosa— lo dicen de modo más llano y quizás entendedor, y algo variado: 
¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde
La cosa es quitarse la responsabilidad, como apuntan ellos mismos: "por su estupidez". 
¿Está nuestra vida en nuestras manos: podemos decidir qué hacer, o somos hijos inevitables del destino? Ya comentamos hace un tiempo que la culpa o mérito de cómo está uno en la vida suele ser de cada uno. Parece que Homero se nos adelantó unos siglos. Aun así, hay quien sigue. Veamos estos datos poco positivos: 
Según datos de U.S. Games Systems, el principal vendedor de barajas de tarot del mundo, las ventas de estas últimas se triplicaron durante el primer año de la pandemia. El fenómeno también se replica en España, especialmente entre la gente joven y gracias a las plataformas digitales, tal y como explica Ricardo Salas, propietario del Museo del Tarot de Madrid. 
"Facebook y Tiktok están llenas de oráculos, de gente que lee no sólo el tarot, sino cartas astrales, runas vikingas... Nosotros hemos aumentado un 30% nuestras ventas de artículos desde la pandemia". 
Eso, por una parte: así está en parte el mundo. Es decir: que los jóvenes, la generación más preparada, ha olvidado lo que dicen los dioses en la Odisea: que uno tiene que tirar de su vida... relativamente. 

Sigamos con la Odisea en ese canto, porque da luz a nuestros jóvenes. ¿Cuántos años tendría Telémaco? Unos 21, o cosa parecida. ¡Qué buena lección, por tanto! ¿Cómo se hace madurar a un jovenzuelo de los que le ha salido a uno mimado? (En otras palabras: ¿cómo hacer tomar las riendas de su vida a quien cree que las debe de tener alguien ajeno a su voluntad?). Veamos por partes qué dice la Odisea sin ser explícito. 
Sobre todo, hay que decírselo y actuar en consecuencia, de modo que el discurso no quede en meras palabras. Aquí van las palabras de Atenea, que habla de modo que Telémaco no la reconozca todavía:
"Luego, una vez hecho todo esto, medita bien el modo, abiertamente o mediante engaños, de matar a estos pretendientes en tu propia casa. Ya no tienes edad para comportarte como un niño; ¿no has oído que todos elogian a Orestes por haber matado a Egisto, el asesino de su padre? Eres un joven fuerte y apuesto, demuestra lo que vales y lábrate un nombre."
¿Qué hace Telémaco? Despertar... siendo despertado. Así se comienza. Empieza a ver que, en efecto, ha de tomar cartas en el asunto: "ya no tienes edad". Nosotros estamos con lo de que los 30 son los nuevos 20. Buenísima charla aquí de una psiquiatra que alerta sobre tamaña tontería: conviene verla.
Necesitamos que los adultos despierten a los jóvenes de su adolescencia: ya no son niños ni adolescentes: son jóvenes, que llegarán a ser adultos. Las etapas de la vida. Algunos expertos dicen que ya no existe tal cosa. Veremos quién tiene razón. (Spoiler: yo he visto jóvenes de 20 y adultos de 30. Lo de siempre. Luego se puede: solo hay que retarles, darles futuros reales y acompañarles. Un gran "solo", sin duda).

Sigamos. Telémaco despierta. A pesar de todo, la juventud es inexperta (casi por definición, como señala Aristóteles) y puede que las reacciones sean algo desaforadas o exageradas. Leamos la suya. Veamos cómo responde a su madre, que quiere que los que cantan cambien de canción, por ser muy triste:
"Madre —respondió Telémaco—, deja que el bardo cante lo que quiera; los bardos no causan los males de los que cantan; es Zeus, y no ellos, quien envía dichas o pesares a los hombres según le place. Este hombre no tiene mala intención al cantar el desdichado retorno de los griegos, pues los hombres siempre aplauden los cantos más nuevos. Hazte a la idea y sé fuerte: Ulises no es el único hombre que no volvió de Troya, pues muchos otros cayeron igual que él. Ve adentro de la casa y ocúpate de tus quehaceres cotidianos, del telar, de la rueca y de dar órdenes a las criadas, los discursos corresponden a los hombres y sobre todo a mí, que soy el señor de esta casa". 
Ella, perpleja, entró de nuevo en la casa y pensó en lo que le había dicho su hijo. Luego subió a su habitación con sus doncellas y lloró a su querido marido hasta que Atenea derramó un dulce sueño sobre sus ojos. 
Por su parte, en la sala los pretendientes se enardecieron, todos deseaban compartir el lecho con ella. Entonces habló Telémaco: 
—Desvergonzados e insolentes pretendientes —gritó—, comamos y bebamos a placer, pero basta de gritos, pues es un raro privilegio oír a un hombre con una voz tan parecida a la de los dioses como la de Femio. Mañana por la mañana id todos a la asamblea, allí os diré que os marchéis de mi casa. Celebrad banquetes por turnos en vuestras casas, comeos lo que es vuestro. Si, por el contrario, decidís seguir abusando de un solo hombre, invocaré a los dioses; algún día Zeus se ocupará de vosotros y, cuando perezcáis en la casa de mi padre, no quedará nadie para vengaros.

Veamos ahora el segundo problema —más profundo, sin duda— al que nos referíamos al principio de todo, que de aquí emerge:: la relación entre mi libertad y Dios. ¿Soy libre, si hay Dios?

Respuesta cristiana: Dios te quiere libre. Ahí está condensada la verdad, sin contradicción. 
Y ahora, tres textos que pueden iluminar, o quizás aturdir.

Primero, dos perlas de Tomás de Aquino sobre la relación de Dios con nuestra voluntad:

Dios, que es más poderoso que la voluntad humana, puede moverla, según Prov 21,1: "El corazón del rey está en manos de Dios, lo dirige adonde le place". Pero si esto se realizara mediante violencia, ya no sería un acto de la voluntad, ni la misma voluntad se movería, sino que sería algo contra la voluntad. ((Suma teológica - Parte I-IIae - Cuestión 6, art. 4, ad. 1)

Y otro:

Dios, como motor universal, mueve la voluntad del hombre hacia su objeto universal, que es el bien. Sin esta moción universal, el hombre no puede querer nada. Pero el hombre se determina mediante la razón a querer esto o aquello, que es un bien real o aparente. No obstante, a veces Dios mueve a algunos de un modo especial a querer algo determinado, que es bien; por ejemplo, a los que mueve mediante la gracia, como se dirá más adelante (q.109 a.2). (Suma teológica - Parte I-IIae - Cuestión 9, art. 6, ad. 3)

Segundo, un resumen sencillote, que san Agustín y santo Tomás quizás firmaran:

Un breve texto de Louis de Wohl. El antidoto. Sobre saber divino, el tiempo humano, la predestinación y la Redención del hombre. 
"Dios es omnisciente", aprendemos. Por tanto tuvo que saber que nosotros los hombres abusaríamos del don que nos hizo de la libre voluntad. O sea, que en definitiva es culpa suya el que haya sucedido así. En definitiva, es Dios quien tiene la culpa de todo.
Con esta lógica falsa intentamos cargar a Dios con nuestras propias culpas. Siempre hemos sido cobardes morales. Ya el propio Adán intentó echar la culpa de su pecado a Eva. El error básico consiste en que aplicamos de modo totalmente erróneo el concepto de omnisciencia. Y esto lo hacemos porque nos imaginamos a Dios como a un hombre omnisciente.
Nosotros los hombres vivimos en el tiempo, es decir en un continuo discurrir de las cosas. Dios, sin embargo, vive fuera del tiempo. Para nosotros existe el pasado, el presente y el futuro. Para Dios todo es un eterno ahora. Por tanto no tiene ningún sentido hablar de que Dios sabía (pasado) lo que pasaría (futuro). Dios sabe. Para nosotros el presente es un instante mínimo, ya se ha convertido en pasado. Para Dios todo es presente. Y precisamente por eso es omnisciente. El no prevé –como el profeta–. El ve. Para Él no existe ni antes ni después. El concepto de tiempo es, como todo lo demás, parte de su Creación. Pero Él está por encima de su Creación y por ello por encima de todo lo temporal. Él crea al hombre (nosotros decimos: creó). El sabe (nosotros decimos: sabía) que el hombre peca (ha pecado). El posee el antídoto ¿Cuál es el antídoto contra la debilidad y la maldad? Todas las madres lo saben. Precisamente para la oveja negra, para el hijo malo y perverso, ellas sienten el doble y el triple de amor. Dios responde a nuestra caída con un Amor inmenso. Su antídoto es hacerse hombre Él mismo soportando en la cruz nuestras culpas, todas las culpas de todos los hombres de todas las épocas.
Y este hecho es el que eleva al cristianismo por encima de todas las demás religiones. El inocente ha cargado con nuestras culpas. Al hacerse hombre Cristo se ha convertido en hermano nuestro. Por eso nos enseñó a llamar «Padre» al Creador del universo. De criaturas de Dios nos convertimos en hijos de Dios. Esta es la respuesta del Amor. Este es el antídoto

Y, tercero, un texto de Jean Guitton, en un diálogo ficticio con el presidente de la república francesa que va al meollo de la cuestión: el hombre que quiere ser Dios... y no se da cuenta de que Dios quiere hacerle su hijo.

—Vamos a orientarnos. Concebimos lo que sería una libertad total. Sería el poder de empezar absolutamente una serie causal. En suma, una causa absolutamente primera de efectos de los cuales sería la causa adecuada, es decir, completa.
—¡Pero la libertad es precisamente eso!
—Es verdad. Sin embargo, se pretende haber refutado la libertad porque se han demostrado los condicionamientos biológicos, sociológicos o psicológicos.
—Cuando se hace eso, lo único que se ha demostrado es que el hombre no tiene una libertad tan absoluta como la de Dios. Lo que deja abierta la cuestión de saber si el hombre posee o no una libertad de hombre. Ahora bien, me parece que es sobre ella sobre lo que nos preguntamos.
—Guitton, una libertad que no fuese total no nos interesaría. Una libertad puramente humana no interesa a los hombres.
—Aristóteles decía que una vida puramente mortal no tenía nada que interesase a un mortal. ¿Pero significa eso que quiere ser usted Dios?
—No he dicho eso. Mi opinión es bastante diferente. No digo que querría ser Dios. Me pregunto lo que puede significar ser libre si uno no es Dios.
—Todos querríamos alcanzar una libertad absoluta. Pero la cuestión es saber si se trata de imaginar que somos Dios, o si se trata de participar de alguna manera de la libertad absoluta de Dios.
—Para ello haría falta que Dios nos hiciera partícipes de su propia naturaleza.
—En esto consiste nuestra fe.
—Semejante libertad absoluta, Guitton, sería de hecho una obediencia absoluta.
—Podemos darle la vuelta a la proposición. Semejante obediencia absoluta sería una libertad absoluta.
—Semejante libertad, señor presidente, me parece más divina que humana.
Y con eso hemos llegado ya al inicio otra vez: la libertad de los hijos de Dios: Dios te quiere libre porque te quiere hijo (en el Hijo).

Seguiremos leyendo la Odisea y tirando de los hilos que vaya dejando. 
O de algunos.  

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