¡Es una pena que al artista callejero del Raval —esa exótica y caótica zona de Barcelona— le hayan robado las latas! Pero, incluso sin ellas, completar la frase no pasa de ser un juego de niños:
Lo mejor de esta vida es gratis.
El cínico diría que también ocurre lo mismo con lo peor.
El pesimista sostendría con "insuperables" razones que todo lo que vale cuesta.
Y los dos se equivocarían, por correr demasiado.
Así que empecemos andando.
El hombre contemporáneo —y ya comenzó eso con los modernos y quizás antes— vive convencido de que él es el único autor de su vida y se pone entre ceja y ceja, como estrecho fin último, la felicidad y perfección de su vida, muy a menudo a pesar de todo y todos los demás.
Ese egocentrismo —que me temo que nos viene de serie... torcida— le hace olvidar la más pura de las verdades: que no nos hemos hecho a nosotros mismos: que somos gratis. Somos, como dice Romano Guardini en su breve libro Aceptarse a uno mismo, un regalo para nosotros mismos y para toda la humanidad. Somos una novedad creativa y amorosa del creador. Solo quien sabe de Dios conoce al hombre, se lee en el clarísimo subtítulo. Y eso cambia el fin de cada uno de nosotros.
Si uno no quiere ir hasta Dios, que se quede en sus padres: eres gratis aún así. Te han querido gratis. Lamentablemente, muchos no tengan quizás esta percepción. La mayoría sí la tenemos. Y, en todo caso, es difícil encontrar a alguien que no se sepa amado por nadie. O, lo que es lo mismo, aceptado y valorado de modo gratuito, que eso es amar: ¡es genial que existas, y que existas siendo así!, como sugería C.S. Lewis así mismo o con una expresión muy parecida.
En resumen: tu existencia es gratuita: no te ha costado nada.
¿Más cosas gratuitas? La propia genética y los demás dones inmateriales. Quizás sean deficientes, se podría decir. Puede ser: es el problema del mal, el misterio por antonomasia, tal vez. Aun así —y ahora razonaremos como un católico—, uno no sabe nunca más que Dios, que, habiendo amado a esa persona de genética deficiente como única e irrepetible, la ha puesto en la existencia.
Además, todas sus deficiencias —relativas, vistas así las cosas— nos ayudan a dar gracias, por comparación, por lo gratuito de lo bueno que poseemos, y nos mantiene en la realidad más real: aun lo que llamamos bueno es cosa efímera y secundaria si no nos acerca a lo Bueno.
¿Más aún, más gratuidad? Lo bello del mundo físico y nuestra capacidad de captarlo. Claro, hay fealdad (mi espejo es testigo fidedigno), pero abunda más la belleza.
He recordado ahora un podcast con la historia de un matrimonio que tuvo un hijo gravemente enfermo. Y cómo les cambió la vida, por los motivos que arriba apuntábamos. Aquí lo adjunto.
De acuerdo: hay cosas gratis. Y, ¿lo mejor?, ¿qué es lo mejor? Lo mejor es aceptarse y avanzar: reconocer que estamos vivos porque nos han amado (a pesar de que podamos no saberlo), que tenemos capacidad (por pocas que sean) y que Alguien Amante nos espera para siempre, ya desde ahora. Y eso es gratis. Por nuestra libertad diaria, cargada de elecciones buenas y equivocadas, iremos acercándonos o separándonos de lo que más queremos: porque somos libres, pero no perfectos, sino solo perfectibles: capaces de hacernos mejores.
Por tanto, al cínico habrá que decirle que no, que lo peor en nuestra vida no es gratis. Porque no es lo físico, sino todo aquello libre y voluntario. No es algo recibido inopinadamente, sino querido y decidido por uno mismo. En el fondo, uno se hace malo si quiere.
Y al pesimista, le hemos respondido ya: no todo lo bueno cuesta. En concreto, lo mejor —como ya hemos dicho— es gratis: no cuesta. El amor que me tienen los que me aman es gratis: desde mis amigos hasta Dios, que "nos amó primero", como dice san Juan en una de sus cartas.
Y ahora avancemos a la segunda parte del escrito: al paréntesis del título.
Cierto: llegados a este punto, conviene dar la razón en parte al cínico y pesimista, pero solo en su medida. (Es, por cierto, la falta de medida, la que les hace cínicos y pesimistas: su exageración, en definitiva). Les damos la razón porque, si es verdad que lo mejor es gratis, lo otro —lo no mejor— no lo es: conviene trabajárselo: es fruto de mis elecciones, o de mi aceptación libre de aquello recibido.
Dicho de otro modo: el fundamento de mi vida es sólido y bueno y gratis. Pero después he de vivir; y no vivo en el fundamento, sino en la superficie. Mi barca —y todas— está anclada en el Bien, pero me toca vivir en medio de dolorosos oleajes con frecuencia.
Para acabar, como regalo, una cita de El Señor, un libro en que Romano Guardini (otra vez él, sí), explica de maravilla la unión de las dos realidades de nuestra vida: el fundamento invencible y la superficie a veces buena y otras, no:
“Cada día terminaremos con la constatación de que hemos fracasado. Pero no por eso tendremos que desechar el mandamiento. Arrepentidos, tendremos que presentar a Dios nuestro fracaso y comenzar siempre de nuevo, convencidos por la fe de que sí podemos, «porque es Dios quien activa en nosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad» (Flp 2, 13).
Llegado aquí, tal vez lo más apropiado sea dar gracias (y tomarse una cerveza).
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